Como afirma este
consagrado autor granadino en su declaración de intenciones, la poesía cifra en
la inutilidad su auténtico valor. Arte bellamente "inútil", cotidiano
y profundo, para Jesús Montiel la poesía es una auténtica hermenéutica del
tiempo, de la experiencia mínima, del hecho casi invisible para la mirada poco
avezada. Los frutos de su investigación, de su inquietud pródiga e "improductiva"
son sus poemas, estos sutiles "hijos del tiempo", en sus propias
palabras.
La transcendencia de
la familia es uno de las reflexiones más frecuentadas por el poeta: La semilla
en "Árbol", la pregunta de
los hijos en "Testimonio"
invitan a sentir el vértigo del paso de los años, la responsabilidad que supone
la vida construida con vidas sucesivas. "Ya llevo mucho escrito tratando de aprenderme su belleza" (Testimonio, p.22) es un verso
fundacional: Propone la finalidad de la poesía y el afán por superar el olvido,
la lucha contra el devenir, en una sola expresión.
En el mismo ámbito del
amor cotidiano y del hondo enlace con los hijos, encontramos "En tu abrazo no importan los
relojes" (Mínima victoria,
p. 26) que adelanta en un magnífico poema, el único remedio para la incurable
enfermedad del tiempo.
Podemos añadir otras
reflexiones surgidas en el mismo ámbito del diario devenir: El pasado feliz
mitigará los rigores del futuro en Noé
(p.27); la importancia del presente "la
tierra cultivable es este ahora" (p.46).
Sin embargo, es la
mirada del pájaro, acumulador de pasados, de atávicos conocimientos, la que nos
permite confiar en el futuro cuando la tempestad acecha. Las aves son símbolos
de la fe, del espíritu, "pupila
esperanzada con memoria de pájaro" (p.47)
La poesía se convierte
en el arte de la observación: ventana, escena, balcón, luz vigilada por el
atento testigo en que se convierte el poeta.
"El mundo vuelve a ser cuando lo nombras"
(p.51) escribe el poeta para recordarnos la sinestésica definición de su
oficio:
"La música que escucha la mirada"
(p. 50)
El asunto metapoético
protagoniza buena parte de las composiciones de este libro a través de imágenes
que reflexionan sobre su relación con la mirada
transcendente, la capacidad de observar la verdad escondida. La poesía
se convierte en el apostadero del pájaro que hace posible la necesaria
perspectiva (La muerte es necesaria, p.52)
El verso plantea la
necesidad de transcederse a través de la mirada poética:
"El mundo vuelve a ser cuando lo nombras"
(Fantasía, p 50)
El arte que atrapa la
realidad:
"Captura con la red de la palabra
la rápida acrobacia de los años"
(p.16)
Este ministerio de
constante vigilia no desdeña sarcasmos, juegos, críticas en poemas como Elogio del pene, Font Vella®, Aldea o
Periódico, pero no determinan una tonalidad satírica ni reivindicadora,
sino que alientan la idea de que es necesario saber entender lo que vemos.
Los
últimos poemas desvelan la intención del título: Algo más que una ingenua
referencia franciscana (aunque cercana a los santos Ero y Amaro que vivieron
una eternidad perdidos en un breve trino extasiante), "La memoria de los pájaros" abre la
posibilidad a una mística de lo cotidiano, una inteligencia de la mirada capaz
de ver "El sol, ese acertijo detrás
de las fachadas" (p.38) o "El
cadáver de su beso" (p. 40).
El
ave del poema observa y canta para quien se atreve a escuchar y ser testigo del
auténtico relieve de las cosas:
"El poema es una espalda
que me asoma al milagro
burlando la pared de las costumbres"
(Réplica, p 53)