domingo, 24 de junio de 2018

ROSARIO TRONCOSO, Nuestra orilla salvaje, La isla de Siltolá, 2017. Tratamiento del tiempo lírico


  Se dice que cada diez años las células de nuestro cuerpo se renuevan por completo. ¿Qué queda de aquel que fuimos al cabo de los años? Aquella materia biológica, aquel complejo sistema de células de nuestro cuerpo que nos dio sensaciones, que provocaron conocimientos, experiencias y sentimientos ha desaparecido, aunque, en su ausencia, nuestra conciencia nos reconoce en  el pasado.  En ese asombro  encuentro el eje de Nuestra orilla salvaje.



  En el primer poema, Los restos del derrumbe, Rosario Troncoso  se presenta (con aviesa precocidad) "nel mezzo del cammin di nostra vita" para viviseccionar "esta combustión de los días".  El doloroso proceso de profundización en el fluido temporal del cuerpo  exige un tratamiento muy matizado del tiempo lírico y de la perspectiva porque no es viable utilizar un punto de vista externo y la agobiante implicación de un yo-lírico es excesivamente subjetiva. Seguramente por ello, la autora utiliza el tú-lírico como recurso para entramar tiempo y perspectiva.



  El sujeto segundo es una de las perspectivas más complejas y  sutiles: Se combina con el yo (o con otras personas líricas), es signo de apóstrofe (apelación), puede encarnar esencias, objetos, conceptos alegorizados, puede implicar al lector o a la divinidad, puede devenir en tú-reflexivo, en yo-desdoblado, "imagen en el espejo" (en términos de Francisco Ynduráin o Eduardo López Casanova) o transformarse en diálogo dramático. 

  ¿Cuál es su  función? En principio, Bousoño consideraba esta perspectiva como una de las técnicas del pudor afectivo, un recurso distanciador, que en la lírica moderna enmascaran el "yo" para hacerlo invisible y evitar el exceso subjetivista. Además, este distanciamiento permite una perspectiva más objetiva de la experiencia vivida. Para continuar, el siempre implica al lector, lo introduce en la ficción lírica como un personaje poemático. Para terminar, en tanto que apela a otro personaje lírico o al personaje lector, se transforma en un recurso dramatizador, teatralizador , esto es, actualiza o hace presente el mensaje, lo "re-presenta" ante los ojos de quien lee. como se hace presente una obra de teatro.

  Podemos comentar algunos efectos de este efecto actualizador:



No sé si te sacude

bajo los párpados este temblor.

Ni si te conmueves al recordar

que sigo en el extremo opuesto

a lo que debe ser.



Y nos sorprende aquí

otro domingo nuevo

envueltos en desgana.



Estamos demasiado lejos de la piel.                                    (Lejos, p. 18)



  Consideramos la poesía como una forma de hacer más denso el tiempo. Desde el primer verso, la perspectiva del lector transitará a través de las diferentes posibilidades de interpretación que simplificaremos en apelativa, reflexiva e inclusiva:

En primer lugar podría considerarse apelativa, porque el lector, introducido en la ficción lírica, ha de sentirse requerido por una respuesta.  El "nosotros" nos implica y nos hace coincidir en la intersección de una experiencia universal.

En segundo término cabe una interpretación reflexiva, considerando la reflexión como propia del desdoble del yo-lírico. El nosotros hace patente ese desdoble que plantea el diálogo poético con el yo.

En tercer lugar se plantea una perspectiva inclusiva: la ambigüedad calculada enriquece el significado del poema.

En cualquiera de estos casos, lo inquietante es el efecto que tiene sobre el tiempo porque se actualiza, se hace presente a un lado y al otro del libro, en una misma escala: el presente al que nos ata la piel y que sin embargo insistimos en ignorar.



  En Todos los veranos son ceniza (p. 25) comenzamos con un hablante lírico en segunda persona ("... tu sombra al otro lado") y terminaremos con el clímax del descubrimiento del yo-poético con los efectos ya comentados, haciendo especial énfasis en el uso del presente actualizador. 



Son mis pies en la orilla contraria

un triunfo extraño: le llevo ventaja

a la muerte. La espero,

con el frío enredado en los tobillos.



 En este poema recordamos el inquietante encuentro, mar adentro, del nadador de Primer día de vacaciones de Luis García Montero, pero también escuchamos el eco Quevediano de "Amor constante...": Donde ardía el afán, ahora arden las ramas y los años; el cuerpo, sus humores y médulas convertidos en ceniza ("Serán ceniza, mas tendrán sentido"), se transforman en "todos los veranos son ceniza", tiempo recordado; el Leteo del olvido vencido por Quevedo se transforma en la frialdad de la cortadura, del reto del río cruzado y que deja la inquietud de la vida en los fríos tobillos. El río de Heráclito, el Leteo del olvido consiguen un efecto transversal encendiendo metatextos y experiencias, transformado en memento mori  o, quizás mejor, en memento vivere (recuerda que has de vivir): Uno de los poemas clave de Nuestra orilla salvaje.



 Es el tratamiento del tiempo el recurso que resalta más eficazmente el mensaje en este poemario que ahonda precisamente en el devenir y su observación. La transformación del pasado, inquietud y balance, el olvido, el desgaste, los ritos de paso, la despedida y otros temas, en algunos casos, se expresan en este poemario introducidos de forma nominal:



Otro cumpleaños.

Cicatrices adrede

y grietas en el aire.                                                   Balance (p. 31)



El intento de unir todos los huesos...                        Huesos (p. 37)



  En otros poemas encontramos una introducción en presente gnómico:



Los milagros son muy discretos.

No avisa la catástrofe.

Lo que el tiempo arranca no se deshace.                 Flor (p. 33)



  El tiempo, actualizado con la segunda persona (desdoblamiento o apelación), en muchos de los poemas de este libro se diluye o se transciende a través de la nominalización o del uso de un presente universalizador que nos permite remansar nuestro propio tempo a través de la densidad temporal del poema. El presente, perenne ley que ignoramos en lo cotidiano, tiene sus meandros en el río de Heráclito.



  Si el río es el devenir, la orilla debería ser esa increíble permanencia, aparentemente imposible, que reta al tiempo: Poesía.



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