RAQUEL VÁZQUEZ, Lenguaje ensamblador,
Ed. Renacimiento, 2019
El título de
este libro tiene un profundo poder en la expectativa de los lectores. No
podemos olvidar que el esfuerzo del idioma por adaptarse a los tiempos es
constante. Los avances técnicos pueden producir neologismos y curiosas
expresiones: ratón, archivo, menú, persiana, torre… Estas palabras han ampliado
sus significados con la revolución informática aprovechando recursos como la
metonimia, la imagen o la analogía. No produce extrañamiento leer en la portada
de un libro Lenguaje ensamblador
porque incluso los más profanos entienden que se remite al ámbito de la
programación informática. Lo que sí causa sorpresa es, en primer lugar,
reconocer que se trata de un poemario y no de un ensayo sobre computación y, en
segundo lugar, que la expresión Lenguaje
ensamblador ha perdido para los hablantes buena parte de su denotación
original más allá del mundo de los ordenadores: ¿Qué ensambla o une ese
lenguaje? Así, desde el propio título el lector podría esperar un texto
claramente enunciativo, académico, especializado, objetivo… si no fuese porque
el lector de poesía se ha curtido en las batallas de las sorpresas pasadas y
dirige sus ojos, previo aviso, a la misma sección de la librería. No obstante,
el riesgo que supone un título y las relaciones que plantea en nuestra
imaginación son otra forma de sorpresa, avivan la curiosidad. Vuelve a
transformarse así la expresión técnica para hibridar otra vez el género poético
avanzándolo hacia ámbitos nuevos.
La estructura
del poemario insiste en el símil informático en sus cuatro partes: 1 Codificación, 2 Compilación, 3 Ejecución –
Salida de errores, 4 Ejecución - Salida estándar.
La primera parte, Codificación, incluye reflexiones sobre la complejidad de la
experiencia, la incerteza, lo indefinible, la expectativa, la caducidad de la
poesía (como herramienta que permite entender la existencia) y su inutilidad
consustancial.
La segunda, Complilación, parece plantear cómo se construye nuestra visión del
mundo, nuestra programación, a través de recursos como el símil fotográfico, el
tópico Theatrum mundi, la insistencia en la observación, la imagen de la
expectación y nuestra calidad como espectadores. Así, desarrolla temas como la
insatisfacción, la vida resumida en un simple recuerdo fotográfico, la soledad,
el deseo, el dolor y su persistencia, la vida como teatro, nuestra
contingencia, el aislamiento.
En la tercera, Ejecución – salida de errores, se
desvela la necesidad de crear un “código limpio” vital. La dilogía anglosajona
de la palabra bug (error o insecto),
la insistencia en el recuerdo congelado de las fotografías, el dolor, el fallo,
el silencio, los equívocos: Las tentativas que emprende el ser humano por
alcanzar la finalidad última de la existencia y los obstáculos con que se
enfrenta para conseguir la plenitud, la felicidad.
En la cuarta
parte, Ejecucución – salida estándar,
el poema se desvela como ese lenguaje de programación con el que se puede
abordar el cosmos y la propia experiencia hasta el punto de conseguir un atisbo
de sentido, una brújula, una esperanza.
Es
especialmente remarcable que Lenguaje
ensamblador esconde tras el disfraz de su título, un trasunto simbólico con
el paralelo del lenguaje computacional, la profunda modalización de lo lírico.
La autora encuentra en este juego modal una discusión profunda y actual: Una
investigación en la estructura de nuestro pensamiento, de nuestra conciencia.
Bien es cierto
que nuestra capacidad de comprensión depende de la lengua porque nuestro cosmos
mental es eminentemente lingüístico. Nuestra psique depende de las palabras con
que entendemos (y escondemos) la realidad y la experiencia: Recordamos con
palabras, nos programamos con palabras. El lenguaje
ensamblador es el código más directo con el que intentamos comunicarnos con
una máquina (más allá sólo hay física, biología, unos y ceros); es, por tanto,
el gran intermediario, el secreto enlace, el invisible traductor que media
entre nuestra experiencia y el significado. Nuestro lenguaje ensamblador une de
manera oscura y con complicados mediadores la experiencia y nuestra manera de
observar el mundo y la existencia. Uno de esos intermediarios podemos
encontrarlo en la poesía de Raquel Vázquez.
Raquel Vázquez
(Lugo, 1990) publicó El hilo del invierno (2016, Premio Nueva Valencia), Si el
neón no basta (2015), Lied de lluvia para una piel ausente (2014, Premio Poesía
Granajoven), Luna turbia (2013, Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes),
Pinacoteca de los sueños rotos (2012), Por el envés del tiempo (2011, Premio
Poeta Juan Calderón Matador).