Homo ludens: El juego nos define como humanos según
Huizinga. El juego es ocio, alegre
esparcimiento, pero también es doloroso y asimétrico, puro fingimiento, porque
siempre tiene ganador: ese es nuestro afán.
Nos define a los seres humanos esta curiosa capacidad para fingir
durante algún tiempo una actividad con normas libremente consensuadas, según rito, tradición, costumbre o capricho.
El juego por excelencia, sentimental o no, siempre es desigual, según
Matilde Cabello, y con razón, porque aceptamos normas sociales, económicas,
contratos laborales o matrimoniales en la confianza de ser justamente recompensados,
sin atisbo de traición, eternamente acompañados, sin variación, cuando
probablemente el ser humano debería ser definido como homo mendax, incluso consigo mismo.
Esta injusta relación lúdica a la que somos adictos como humanos sujetos
a relación (sentimental, laboral, económica, familiar.. quizás sea lo de
menos), su quebranto inarmónico, su
duelo, la purgación, la catarsis y su superación son el objeto de este poemario
que aborda sus fases o etapas: el desamor, la soledad y la reconstrucción.
Comienza este libro explorando el reconocimiento del dolor,
"cosecha de versos sin morfina" o "agónica consciencia de esta
muerte". Los poemas se suceden marcando los diferentes desengaños y
dolores sufridos, signos del nacimiento de una nueva manera de ver las cosas.
El enfrentamiento con el final, el ocaso o la ausencia es uno de esos dolores.
Así entendemos el poema, "Del reclamo", que evoca el "Viaje definitivo"
de Juan Ramón Jiménez. La autora parece
entender la poesía como un diálogo consigo misma en poemas como "Del
tiempo" (rechazando la tentación de
la autocomplacencia) y "De la holganza". Aunque abundan los versos de
aparente reproche, de recaída, representan en realidad una nueva y esforzada vía purgativa ("De
la crecida", "De los anaqueles", "De la supervivencia",
"De la salvación") de una Ariadna en su laberinto en busca de un
liberador estoicismo.
Los poemas (con títulos y referencias de inspiración clásica) se transforman en
ensayos, investigaciones de cada uno de los estados o las fases experimentadas
desde el dolor hacia la propia redención, algo más que los "sargazos
muertos" que dice salvar en su naufragio. Transcurre la fase de
reconocimiento del dolor, culpabilidad:
"Sentada en la mañana, calada hasta los sueños,
deshilvanando dogmas que no he desaprendido.
Otra vez serpentinas y brasas sobre el suelo,
vestigios de la fiesta, síntomas de resaca
y luchas cuerpo a logos.
El fregadero lleno de verdades a medias" (De la mentira)
Después de la nigredo, llega
la fase de reconocimiento:
"Sólo queda nutrirse de una misma" (Sin ley)
"Mi ventana se mira en el espejo" (De la
normalidad)
A continuación debe experimentar el cambio, ("De la mudanza",
"Del proceso curativo", "Del cambio").
En esta fase sorprenden los versos que dan nombre al libro ("Del juego
desigual") que con estilo barroco enlaza los símbolos de la lidia y la
luna con la autoafirmación obstinada de la voluntad, la recuperación, albedo alquímica. No faltan poemas
autoparódicos, que compensan el aparentemente excesivo afán biográfico, de
desahogo. Al final, la transmutación, rubedo, se descubre en "De la crisálida"
a través de los detalles más cotidianos.
Interesante Juego el que nos
propone esta autora portorrealeña, estudio y exploración que merece lectura
tranquila porque...
"... todo amor nos miente y busca demora.
Y en la demora encuentra su sustento" (p. 62, Del inventario)
Que siga, pues, aunque desigual, el juego.
Que siga, pues, aunque desigual, el juego.