
En la delicia de la sal se encuentran
todas las lanzas del espíritu.
¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien no haya bebido, venerando la sed,
el agua de las arenas en un casco
poco crédito le concedo
en el comercio de las almas.
¡Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien no haya bebido, venerando la sed,
el agua de las arenas en un casco
poco crédito le concedo
en el comercio de las almas.
En
otro orden de cosas, cabe una reflexión literaria: Si el novelista de carne y
hueso nos hace imaginar una historia más o menos veraz a través de la voz de un
narrador, el poeta crea en cada poema un hablante lírico para exponer una
ficción poética, esto es, una perspectiva exacta con que percibir los matices
precisos de su pensamiento. Tan ficticios como reales son la Vetusta de Leopoldo
Alas y las cuatro columnas de cieno de Lorca: En cuanto algo se escribe a la espera de un lector, traspasa la
puerta de lo estrictamente real, transita a través de la perspectiva escogida,
hierve en las posibles interpretaciones, hace equilibrios en los hilos lanzados
por las diferentes referencias intertextuales, sean reales, virtuales,
sospechadas o imaginadas por los receptores y por los críticos de una escuela, de
una tendencia, de una religión, de una edad o de otra impiedad, para llegar por
fin, transitado el deseado infierno de la novedad.
Antonio Praena (Granada,
1973) es el autor de “Humo verde” (Accésit Premio de Poesía
Iberoamericana Víctor Jara 2003), “Poemas para mi hermana”
(Accésit Premio Adonáis 2006), “Actos de amor”, (Premio Nacional
de Poesía “José Hierro” 2011), “Yo he querido ser grúa muchas veces”
(Premio Tiflos 2013. Visor). En esta última entrega, "Historia de un
alma" (Premio de poesía "Gil de Biedma" 2017), consigue
un nuevo libro sorprendente y brillante.
Las
cinco partes en que se estructura este poemario (Éxtasis, Arte, Viril, Belleza, Las ruinas de la historia) son
signos de los tiempos, síntomas engarzados por una voz mefistofélica y
tentadora (concupiscencia, vanidad y poder), que avanza sobre el
autodescubrimiento que debe vivir el lector: El placer elevado a éxtasis absoluto y efímero, vida y arte como evasión, la egolatría viril que confunde esencia y sensación con oscuros pero
convincentes sofismas, la vanagloria del piadoso hipócrita que busca la belleza, una historia de prejuicios. Este discurso parece embarcarnos en un proceso
de nigredo alquímico por el que la
disolución de materiales conocidos y cotidianos debe provoca el surgimiento de una compresión superior.
Quien
considere estos poemas algo impío, irónico o cínico, olvida que están dirigidos
a la inteligencia. Ningún texto poético puede admitir, si queremos hacer una
lectura profunda, una interpretación simple, literal, textual, biográfica, como
tampoco podemos aplicar sistemáticamente un diccionario de interpretaciones
simbólicas. Exigiendo una lectura crítica, profunda y desprejuiciada, atenta a
referencias, no podía haber candidato mejor para un premio que lleva el nombre
de Gil de Biedma. Recordamos unos versos de Actos
de amor
Transgredo. No me
importo. No te asombres. Volver, p.72
Un
procedimiento parece protagonizar este libro: La reducción al absurdo desvela
las grandes verdades que viven dentro de la gran mentira. La sociedad de
consumo nos sumerge en la ficción de una felicidad ilimitada, un orgasmo
perenne, el éxtasis. La promesa de disfrute eterno, en su obvia caducidad,
desvela la verdad:
"Quien elige se engaña. Y los dioses no
mienten" De imperio, p. 53.
Delegamos
realmente nuestro albedrío en modos y modas ajenas, sabiendo que la llave de la
virtud está en el libre ejercicio de nuestra voluntad. Aunque estemos obligados
a elegir, se desvela un límite que esconde el presente: no podemos decidir que
no pase el tiempo.
Ahondar
en el pecador es construir la virtud. Encontramos visiones "ad
absurdum" del itinerario que un ser humano puede seguir en la
actualidad: Sin privaciones, expuesto a comodidades, bienes y derechos
inimaginables hace algunos años, sin embargo, el estado original de muchos
lectores es el estado adánico. No
existe para ellos el dolor, ni la enfermedad, ni el hambre, ni la necesidad, pero
su ceguera plantea contradicciones que
se plasman en poemas, a menudo, llenos de contrastes y estructuras
contrapunteadas. Este Adán de hoy en día, que somos todos en mayor o menor
medida, sólo busca afanes materiales, placeres coyunturales que luego enroca en
juicios de aparente hondura, pero que al fin, sólo son sofismas. Qué mejor vía
para introducirse en la mente de este tiempo que adquirir su misma experiencia.
Son
numerosas las referencias rastreables: No sólo encontramos entre líneas a San Juan, (Dar a la caza alcance) o a Manrique,
con aparente irreverencia, también a Gil
de Biedma en motivos diletantes o provocadores, también en citas literales
(Que la vida iba en serio.. -Funerales,
p 56-); quizás también el escandalizador Baudelaire
en su Spleen de París (Su Matemos a los pobres podría reflejarse
en la supuesta aporofobia de Formatos (p.34) o en la fobia de la fealdad reinterpretada de
Bienaventuranzas (p.62). También es
llamativa la presencia de la técnica actual, aplicaciones de Android y móviles (esa
extensión de nosotros mismos) que termina cifrándose en la cita de Facebook : Para lograr lo que nunca has logrado tienes
que transformarte en la persona que nunca has sido. (p. 41) El hablante
lírico y el lector también se deben transformar en la persona que no son para
mantener el viejo juego de la literatura.
Para
concluir sólo sugiero dos reflexiones:
En
lo literario, la constatación de la esencia fabuladora del género lírico, una
vez más hibibridado, sin la cual no
sería posible interpretar un poema más allá de su referencia real más o menos
caduca y cerrada. Existe una ficción poética: Lo que leemos es poesía porque se
carga de sentidos, a menudo transgresores,
a lo largo de las diferentes interpretaciones de sus lectores.
En
lo transcendental, estos poemas ahondan en la necesidad de despertar la
conciencia, una actualización de la poética comprometida y crítica. La voz
poemática nos sumerge en su experiencia, su sed eterna, para purgar nuestra
ceguera.
Buscas saciar esta nada
de una nada infinita
sintiendo que no es nada
y que es siempre insaciable.. Sed, p. 80
Recordando el comienzo de este este comentario, sólo espero que ese afán incontenible que nos
inquieta sea también capaz de dirigirnos cabalmente hacia lo infinito:
La infinitud del deseo, el deseo de
desear más, la desesperanza de encontrar la saciedad... Siendo ilimitado el
deseo, los humanos desean lo infinito. Tomás
de Aquino