sábado, 10 de agosto de 2019

ROSARIO TRONCOSO, Los ángeles fríos, Calambur, 2019


  
Rafael Alberti olvidó incluir en Sobre los ángeles (1929) un poema dedicado a los ángeles fríos, pero es imposible no escuchar en este poemario de Rosario Troncoso [i]   el eco de aquellos versos de los Ángeles muertos:

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas, ...

Las edades del ser humano se suceden y transforman nuestra mirada en el parto constante de nuestra consciencia. Me remito al poema introductorio, Las edades del sol. Observamos y somos observados en este tránsito sin una constancia clara del fluir que nos arrastra, a menos que un libro o unos versos enciendan nuestra conciencia. Los ciclos vitales se desgranarán en la lectura de los siguientes poemas ahondando en las heridas que nos deja en herencia el frío de la desmemoria o del recuerdo.

La forma de abordar el tiempo estructura el libro. Los recursos actualizadores caracterizan la primera mitad del libro: la localización en un tiempo presente o el uso de la primera y segunda persona gramatical, en algunos casos calculadamente ambigua por su posible interpretación reflexiva y por la obvia implicación del lector. Estos rasgos hacen presentes los poemas ante nuestros ojos hasta transformarlos en una representación dramática que observa el lector transmutado en espectador. En una suave transición, la segunda mitad remansa el tono en un discurso más sentencioso, hasta el punto de incluir tres poemas sin separaciones versales: El presente adquiere un valor universalizador  y el hablante lírico condensa su experiencia.

El lector encontrará en este recorrido por las diferentes formas de abordar el transcurrir de las edades del ser humano varias líneas que tienen en común el sentido transcendente del frío y del invierno. El instinto, la maternidad, la vejez, la fragilidad, el desconcierto, la nostalgia, el rencor, la incomunicación, la desmemoria, son planteadas como puras incertidumbres. Las respuestas a estas dudas se pueden encontrar en el inquietante espacio que existe entre la determinación y el albedrío, la herencia y la voluntad, entre el instinto, ese sentido innato y casi divino que encauza nuestro comportamiento, y la habilidad, sea destreza innata o experiencia.  En tres momentos climáticos encontramos esta oposición turbadora expresada sin dramatismos, rítmicamente:

Aprender a latir con sangre de otro
sólo es cuestión de fuego y destreza
                                                                      Las edades del sol. (p. 15)

Saber mirar arriba es un arte que se aprende con el tiempo cuando se agotan el impulso y la inocencia. Alzar la vista, trascender la tierra es cuestión de habilidad e instinto, como florecer.
                                                                      Los tiempos perdidos. (p. 55)

Mantener la fe
requiere habilidad y cierto método.
                                                                      Vocación         (p. 67)

Sin embrago, este contraste aparentemente trivial entre intuición y destreza, entre instinto y aprendizaje, esconde la inquietud que provoca lo inevitable y lo inexplicable.

Uno de esos ángeles fríos, el que sobrevuela todo el poemario, quizás el que enfoca en exceso mi lectura, es el de la desmemoria. Son muchos los poemas en que se reflexiona sobre ello: Las edades del sol, Ghosting, Luz virtual, Un olvido, La tranquilidad de las estatuas, Lucidez, Los tiempos perdidos, Carnaval, Vocación. La carencia de recuerdos, la paulatina pérdida de la conciencia de las raíces, el olvido como bálsamo, como tortura, paulatino, inevitable, nos va sumergiendo en un sueño (imago mortis) y en la profunda inquietud que nuestros límites (la incomunicación, nuestra caducidad, el solipsismo, el olvido...) plantean en nosotros y en quien nos rodea: Nuestra consciencia, nuestra transcendencia incompleta y fragmentaria. En este sentido, el poema Sin título (según el índice), A Sylvia, a fragmentary girl, (en la propia p. 57), propone una profunda pista  interpretativa, más allá del referente de la propia Sylvia Plath: Nuestra incompletitud (en términos que podrían recordarnos a Kurt Gödel), la imposibilidad de asentar nuestra experiencia en una certidumbre, transforma la vida es una  cicatriz dolorosa:

Cuando es invierno, el mar no da oportunida-
des y se expanden sobre el vientre las cicatrices. (p. 57)

Si se abría el libro con Las edades del sol, se cerrará circularmente con tres poemas que retoman las tres edades atávicas del ser humano, Tardes de visita, Un relámpago (aforístico) y Helena, que observan las etapas de la vida y desvelan el punto de vista temporal de un hablante lírico en la mitad del camino:

Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
che la diritta via era smarrita.

La lectura de Los ángeles fríos, en una de sus facetas, nos obliga a descender, como Dante, al purgatorio de nuestra experiencia para plantearnos una lectura tan terapéutica y catártica como podemos suponer que fue el proceso de su escritura. A nadie cabe desear el tropiezo con la frialdad de uno de estos ángeles; pero, siendo inevitable, espero que los lectores lo encuentren con la misma inteligencia que Rosario Troncoso.







[i] Rosario Troncoso es una reconocida dinamizadora cultural: miembro del Centro Andaluz de las Letras, responsable de Takara Editorial, colaboradora en prensa escrita, profesora de talleres de creación literaria en la Universidad de Cádiz, colaboradora en publicaciones literarias como La Galla ciencia, Estación Poesía, Crátera, Dos Orillas, Blanco sobre negro, dirige la revista cultural El Ático de los gatos y forma parte del equipo de coordinación de 142 Revista cultural. Algunas de sus publicaciones: Huir de los domingos (2006), El eje imaginario (2012), Fondo de armario (2013), Transparente (2015), Eternidad provisional (2016), Nuestra orilla salvaje (2017), La piel y su memoria (2018), Relámpagos (2019).

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