miércoles, 6 de julio de 2016

Sobre una lectura de Rosario Troncoso, Transparente, La isla de Siltolá, Col. Tierra 2014.


En mi niñez jugábamos bajo unos hermosos y umbríos transparentes; su laberinto de ramas invitaba a la ascensión, al escondite, a la aventura. Siempre me pregunté cómo era posible que a ese enorme arbusto le llamaran transparente; el mioporo o siempreverde es frondoso y por lo tanto es un bello muro verde para las miradas indiscretas. Entre sus infinitas ramas jugaba a tener cientos de vidas y espiaba las de los demás. Transparentes también son los visillos con que escondemos nuestras estancias en la umbría de nuestro secreto. Visillos y siempreverdes son celosías que nos permiten ver sin ser vistos; nos transforman en cristal, frágil lucidez. Así me he sentido leyendo  los poemas de "Transparente".

"A este lado del cristal, el abismo

en mis manos perplejas,"                  (Duelo, p. 17)



La primera parte de este poemario, "Derribos controlados", profundiza en la fragilidad que sentimos ante el fluir del tiempo, la inseguridad, la debilidad que se hace palpable  en la conciencia del transcurrir del tiempo, con los recuerdos, con los hitos amenazantes de la madurez.

La segunda parte lleva por título "Ya no son infalibles las rutas conocidas", declaración del desasosiego ante la "terra ignota" con que se marcaban en la Edad Media los mapas imposibles de lo desconocido.

Ante la geografía del futuro es inevitable vivir crudamente el desamparo, que no deja de ser un sentimiento transparente, como la ataraxia del odio al lunes (Deuterofobia, p. 37) o la apatía (p.46) o el desasosiego, "la certeza de que todo se acaba" (p. 40),  como el reflejo del miedo de la madre en el recuerdo (41); pero también es inevitable, llegando al fondo, conscientes de que "quizás nada ya importe demasiado" (Nada, p. 48), sufrir una transformación: Los últimos poemas"(Desahucio", "Taller de alta poesía", "Lección"...) describen la dolorosa catarsis que deviene en poesía. La labor poética es una forma de abordar el desorden que observamos, la novedad, la constatación de la inutilidad de los esquemas pasados.

Estas últimas composiciones metapoéticas descubren la belleza de la poesía  en su aparente inutilidad, descubrimiento de nuevas realidades efímeras, describen el mester supuestamente superfluo y transparente del poeta que

"... cose en la memoria

el nombre de las cosas

por si acaso se abrieran

los pespuntes ocultos del olvido"                 (p. 55)



El translúcido misterio de la consciencia, quintaesencia de la poesía, nos cose al presente, pero no olvidemos que el olvido, "ese bien imperfecto", (p. 51) es transparente; así que también debería ser poesía.  Al fin, sólo queda el machadiano  "hacer camino al andar". Sigamos andando y leyendo a Rosario Troncoso.

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