
"A este lado del cristal, el abismo
en mis manos perplejas,"
(Duelo, p. 17)
La primera parte de
este poemario, "Derribos controlados",
profundiza en la fragilidad que sentimos ante el fluir del tiempo, la
inseguridad, la debilidad que se hace palpable
en la conciencia del transcurrir del tiempo, con los recuerdos, con los hitos
amenazantes de la madurez.
La segunda parte lleva
por título "Ya no son infalibles las
rutas conocidas", declaración del desasosiego ante la "terra ignota" con que se marcaban en
la Edad Media los mapas imposibles de lo desconocido.
Ante la geografía del
futuro es inevitable vivir crudamente el desamparo, que no deja de ser un
sentimiento transparente, como la ataraxia del odio al lunes (Deuterofobia, p. 37) o la apatía (p.46)
o el desasosiego, "la certeza de que
todo se acaba" (p. 40), como el
reflejo del miedo de la madre en el recuerdo (41); pero también es inevitable,
llegando al fondo, conscientes de que "quizás
nada ya importe demasiado" (Nada,
p. 48), sufrir una transformación: Los últimos poemas"(Desahucio", "Taller de alta poesía", "Lección"...) describen la dolorosa catarsis
que deviene en poesía. La labor poética es una forma de abordar el desorden que
observamos, la novedad, la constatación de la inutilidad de los esquemas
pasados.
Estas últimas
composiciones metapoéticas descubren la belleza de la poesía en su aparente inutilidad, descubrimiento de
nuevas realidades efímeras, describen el mester supuestamente superfluo y
transparente del poeta que
"... cose en la memoria
el nombre de las cosas
por si acaso se abrieran
los pespuntes ocultos del olvido" (p. 55)
El translúcido misterio
de la consciencia, quintaesencia de la poesía, nos cose al presente, pero no
olvidemos que el olvido, "ese bien
imperfecto", (p. 51) es transparente; así que también debería ser
poesía. Al fin, sólo queda el
machadiano "hacer camino al andar". Sigamos andando y leyendo a Rosario
Troncoso.
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