Actualización de la
recensión publicada en Cuadernos de
cultura, Voz de Galicia,
9-04-1987
No conocer en 1987 el
itinerario poético de César Antonio Molina (A Coruña, 1952) suponía, sin lugar
a dudas, ignorar uno de los caminos más profundos de la poesía actual española.
Su fecunda obra poética, con la que construye un denso viaje iniciático a través
de las raíces del hombre actual, su cultura, sus miedos y obsesiones, desde Épica, 1974, hasta La estancia saqueada, 1983, constituye una de las aportaciones más
originales de la llamada generación novísima. Había llegado a mis manos en
aquel año Últimas horas en Lisca Blanca,
su tercer poemario, publicado ya en 1979, y no pude dejar de pensar en sus
versos. Las magistrales clases sobre
poesía contemporánea de Yolanda Novo Villaverde en la Universidad de Santiago
de Compostela coincidieron con aquel interés y seguí leyendo su obra, Épica
1974, Derivas 1987, La estancia saqueada, 1983, O fin de Fisterra, recopilados en Las ruinas del mundo 1991, (Anthropos) aumentando
mi interés hasta hoy.

Sus poemas parecen
partir del rechazo de la omnipresencia del yo lírico en el estático poema
tradicional y del rechazo de los excesos de modas y lirismos vacíos, de ahí que
adquiera su poesía algunas de las peculiaridades con las que Julio López (Poesía épica española, antología, 1950-1980, Eds. Libertarias,
1982) definía el estilo o tendencia "épica":
mitificación evocadora, reconocimiento del carácter ficticio del poema,
recreación prácticamente escenográfica de mundos externos al hablante lírico,
narratividad no exenta de lirismo, etc..
Pero el auténtico
origen de la poesía de César Antonio Molina está en la constatación de la
paradójica convivencia de técnica y fondo cultural en un mundo que ni desea
renunciar a su pasado ni sabe conservarlo, inmerso como está, en un desarrollo
aparentemente caótico y apresurado. Fruto de esta contradicción nacen las
referencias al olvido, y al caos, las imágenes casi oníricas, marcadas por
anacronismos, demostración del saqueo al que sometemos las reliquias del
pasado: "el cromlech cargado de
graffitis", "condenados a morir de frío ... como un país que ... ya
no tiene leyendas que espantar, ruinas para la lapidación, ni raíles donde
practicar las ordalías.." (La
estancia saqueada pp. 50, 39). Más explícitamente, el propio César Antonio
lo expresa así: "Los templos se
salvaron de las presas artificiales trasladándolos de lugar, mientras esos
espacios sagrados se sumergían... El hombre moderno erigido en suplantador
cambia los signos, los símbolos, el canon del misterio" (Afirma en: Florilegium, poesía última, de Jonh
Rossel, Espasa-Calpe M. 1983)
De todo ello nace la
obsesión del poeta por la reconstrucción arqueológica, la peregrinación en busca
de paraísos perdidos, la evocación elegíaca de espacios pretéritos. Evocación
esta que se deja sentir especialmente a través de una acertada imaginería que
conjuga la concepción de la poesía como ficción, representación destinada a la
celebración de los lugares sagrados, y la utilización de un estilo y un punto
de vista cinematográficos. El cine conjuga caducidad y pervivencia, la
fugacidad de la imagen en movimiento, la vida en su transcurso, y la necesidad
de permanencia de la imagen captada en el celuloide, símbolo de la memoria. Este
influjo del cine es especialmente rastreable y significativo en Últimas tardes en Lisca Blanca donde
hace un uso magistral de acotaciones escénicas, enfoques, travellings líricos,
fundidos... "Y la cámara resbalaba,
tronzaba las mínimas posiciones" "Volvías la cabeza en el paisaje, en
la charca, en el eucaliptus truncado, en la exclamación en la nube..."
Gracias a ese punto de
vista se encadenan poesía y ficción, presente y pasado en un profundo e inquieto itinerario ucrónico
en el que no escasean, difuminadas entre entornos ficticios, alusiones a la mitología, la historia y la filosofía,
todo un vasto sector cultural condenado poco a poco al esoterismo y sobre el que se reflexiona proyectando los
fotogramas que construyen su enriquecedora cosmovisión alrededor del ser humano
y su mundo. La obra entera de César Antonio Molina nos llega entonces como un
conjunto coherente sembrado de pavesas que, a modo de guiños, orientan en el
laberinto a un lector al que se le exige una total implicación.
Requiere mayor
atención la poesía de César Antonio Molina que la que aquí le dedico. El poder
de evocación, la puesta en escena cinematográfica, el símbolo de las
profanaciones de los lugares sagrados, la fugacidad del mundo técnico, los
paraísos perdidos y otros rasgos aquí esbozados son sólo algunos de los
detalles del lúcido mester poético que este poeta encarna en su épica lucha
contra el olvido que impone la actualidad. Con sus propias palabras, en Últimas horas...: "Y al poeta qué le queda sino disponer la
diadema, el collar y los pendientes de Sofía Engastrómeros antes del
flash..."
A Coruña 1987-2015
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