sábado, 7 de noviembre de 2015

CÉSAR ANTONIO MOLINA, UN GESTO ANTERIOR AL "FLASH"






Actualización de la recensión publicada en Cuadernos de cultura, Voz de Galicia, 9-04-1987



No conocer en 1987 el itinerario poético de César Antonio Molina (A Coruña, 1952) suponía, sin lugar a dudas, ignorar uno de los caminos más profundos de la poesía actual española. Su fecunda obra poética, con la que construye un denso viaje iniciático a través de las raíces del hombre actual, su cultura, sus miedos y obsesiones, desde Épica, 1974, hasta La estancia saqueada, 1983, constituye una de las aportaciones más originales de la llamada generación novísima. Había llegado a mis manos en aquel año Últimas horas en Lisca Blanca, su tercer poemario, publicado ya en 1979, y no pude dejar de pensar en sus versos.  Las magistrales clases sobre poesía contemporánea de Yolanda Novo Villaverde en la Universidad de Santiago de Compostela coincidieron con aquel interés y seguí leyendo su obra,  Épica 1974, Derivas 1987, La estancia saqueada, 1983, O fin de Fisterra, recopilados en Las ruinas del mundo 1991, (Anthropos) aumentando mi interés hasta hoy.

Sus poemas parecen partir del rechazo de la omnipresencia del yo lírico en el estático poema tradicional y del rechazo de los excesos de modas y lirismos vacíos, de ahí que adquiera su poesía algunas de las peculiaridades con las que Julio López (Poesía épica española, antología, 1950-1980, Eds. Libertarias, 1982) definía el estilo o tendencia "épica": mitificación evocadora, reconocimiento del carácter ficticio del poema, recreación prácticamente escenográfica de mundos externos al hablante lírico, narratividad no exenta de lirismo, etc..

Pero el auténtico origen de la poesía de César Antonio Molina está en la constatación de la paradójica convivencia de técnica y fondo cultural en un mundo que ni desea renunciar a su pasado ni sabe conservarlo, inmerso como está, en un desarrollo aparentemente caótico y apresurado. Fruto de esta contradicción nacen las referencias al olvido, y al caos, las imágenes casi oníricas, marcadas por anacronismos, demostración del saqueo al que sometemos las reliquias del pasado: "el cromlech cargado de graffitis", "condenados a morir de frío ... como un país que ... ya no tiene leyendas que espantar, ruinas para la lapidación, ni raíles donde practicar las ordalías.." (La estancia saqueada pp. 50, 39). Más explícitamente, el propio César Antonio lo expresa así: "Los templos se salvaron de las presas artificiales trasladándolos de lugar, mientras esos espacios sagrados se sumergían... El hombre moderno erigido en suplantador cambia los signos, los símbolos, el canon del misterio" (Afirma en: Florilegium, poesía última, de Jonh Rossel, Espasa-Calpe M. 1983)

De todo ello nace la obsesión del poeta por la reconstrucción arqueológica, la peregrinación en busca de paraísos perdidos, la evocación elegíaca de espacios pretéritos. Evocación esta que se deja sentir especialmente a través de una acertada imaginería que conjuga la concepción de la poesía como ficción, representación destinada a la celebración de los lugares sagrados, y la utilización de un estilo y un punto de vista cinematográficos. El cine conjuga caducidad y pervivencia, la fugacidad de la imagen en movimiento, la vida en su transcurso, y la necesidad de permanencia de la imagen captada en el celuloide, símbolo de la memoria. Este influjo del cine es especialmente rastreable y significativo en Últimas tardes en Lisca Blanca donde hace un uso magistral de acotaciones escénicas, enfoques, travellings líricos, fundidos... "Y la cámara resbalaba, tronzaba las mínimas posiciones" "Volvías la cabeza en el paisaje, en la charca, en el eucaliptus truncado, en la exclamación en la nube..."

Gracias a ese punto de vista se encadenan poesía y ficción, presente y pasado  en un profundo e inquieto itinerario ucrónico en el que no escasean, difuminadas entre entornos ficticios, alusiones a  la mitología, la historia y la filosofía, todo un vasto sector cultural condenado poco a poco al esoterismo y  sobre el que se reflexiona proyectando los fotogramas que construyen su enriquecedora cosmovisión alrededor del ser humano y su mundo. La obra entera de César Antonio Molina nos llega entonces como un conjunto coherente sembrado de pavesas que, a modo de guiños, orientan en el laberinto a un lector al que se le exige una total implicación.

Requiere mayor atención la poesía de César Antonio Molina que la que aquí le dedico. El poder de evocación, la puesta en escena cinematográfica, el símbolo de las profanaciones de los lugares sagrados, la fugacidad del mundo técnico, los paraísos perdidos y otros rasgos aquí esbozados son sólo algunos de los detalles del lúcido mester poético que este poeta encarna en su épica lucha contra el olvido que impone la   actualidad. Con sus propias palabras, en Últimas horas...: "Y al poeta qué le queda sino disponer la diadema, el collar y los pendientes de Sofía Engastrómeros antes del flash..."

            A Coruña 1987-2015

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