Rafael Alberti olvidó incluir en Sobre los ángeles (1929) un poema
dedicado a los ángeles fríos, pero es
imposible no escuchar en este poemario de Rosario
Troncoso [i] el eco
de aquellos versos de los Ángeles muertos:
Buscad,
buscadlos:
en
el insomnio de las cañerías olvidadas, ...
Las edades del ser humano se suceden y
transforman nuestra mirada en el parto constante de nuestra consciencia. Me
remito al poema introductorio, Las edades
del sol. Observamos y somos observados en este tránsito sin una constancia
clara del fluir que nos arrastra, a menos que un libro o unos versos enciendan
nuestra conciencia. Los ciclos vitales se desgranarán en la lectura de los
siguientes poemas ahondando en las heridas que nos deja en herencia el frío de
la desmemoria o del recuerdo.
La forma de abordar el tiempo
estructura el libro. Los recursos actualizadores caracterizan la primera mitad
del libro: la localización en un tiempo presente o el uso de la primera y
segunda persona gramatical, en algunos casos calculadamente ambigua por su
posible interpretación reflexiva y por la obvia implicación del lector. Estos
rasgos hacen presentes los poemas ante nuestros ojos hasta transformarlos en
una representación dramática que observa el lector transmutado en espectador. En una suave transición, la
segunda mitad remansa el tono en un discurso más sentencioso, hasta el punto de
incluir tres poemas sin separaciones versales: El presente adquiere un valor
universalizador y el hablante lírico condensa
su experiencia.
El lector encontrará en este recorrido
por las diferentes formas de abordar el transcurrir de las edades del ser
humano varias líneas que tienen en común el sentido transcendente del frío y
del invierno. El instinto, la maternidad, la vejez, la fragilidad, el
desconcierto, la nostalgia, el rencor, la incomunicación, la desmemoria, son
planteadas como puras incertidumbres. Las respuestas a estas dudas se pueden
encontrar en el inquietante espacio que existe entre la determinación y el
albedrío, la herencia y la voluntad, entre el instinto, ese sentido innato y
casi divino que encauza nuestro comportamiento, y la habilidad, sea destreza
innata o experiencia. En tres momentos
climáticos encontramos esta oposición turbadora expresada sin dramatismos,
rítmicamente:
Aprender
a latir con sangre de otro
sólo
es cuestión de fuego y destreza
Las
edades del sol. (p. 15)
Saber
mirar arriba es un arte que se aprende con el tiempo cuando se agotan el
impulso y la inocencia. Alzar la vista, trascender la tierra es cuestión de
habilidad e instinto, como florecer.
Los
tiempos perdidos. (p. 55)
Mantener
la fe
requiere
habilidad y cierto método.
Vocación (p.
67)
Sin embrago, este contraste
aparentemente trivial entre intuición y destreza, entre instinto y aprendizaje,
esconde la inquietud que provoca lo inevitable y lo inexplicable.
Uno de esos ángeles fríos, el que
sobrevuela todo el poemario, quizás el que enfoca en exceso mi lectura, es el
de la desmemoria. Son muchos los poemas en que se reflexiona sobre ello: Las edades del sol, Ghosting, Luz virtual,
Un olvido, La tranquilidad de las estatuas, Lucidez, Los tiempos perdidos,
Carnaval, Vocación. La carencia de recuerdos, la paulatina pérdida de la
conciencia de las raíces, el olvido como bálsamo, como tortura, paulatino,
inevitable, nos va sumergiendo en un sueño (imago
mortis) y en la profunda inquietud que nuestros límites (la incomunicación,
nuestra caducidad, el solipsismo, el olvido...) plantean en nosotros y en quien
nos rodea: Nuestra consciencia, nuestra transcendencia incompleta y
fragmentaria. En este sentido, el poema Sin
título (según el índice), A Sylvia, a
fragmentary girl, (en la propia p. 57), propone una profunda pista interpretativa, más allá del referente de la
propia Sylvia Plath: Nuestra incompletitud (en términos que podrían recordarnos
a Kurt Gödel), la
imposibilidad de asentar nuestra experiencia en una certidumbre, transforma la
vida es una cicatriz dolorosa:
Cuando
es invierno, el mar no da oportunida-
des
y se expanden sobre el vientre las cicatrices. (p. 57)
Si se abría el libro con Las edades del sol, se cerrará
circularmente con tres poemas que retoman las tres edades atávicas del ser
humano, Tardes de visita, Un relámpago
(aforístico) y Helena, que observan las
etapas de la vida y desvelan el punto de vista temporal de un hablante lírico en la mitad del camino:
Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
che la diritta via era smarrita.
La
lectura de Los ángeles fríos, en una de sus
facetas, nos obliga a descender, como Dante, al purgatorio de nuestra
experiencia para plantearnos una lectura tan terapéutica y catártica como
podemos suponer que fue el proceso de su escritura. A nadie cabe desear el
tropiezo con la frialdad de uno de estos ángeles; pero, siendo inevitable,
espero que los lectores lo encuentren con la misma inteligencia que Rosario Troncoso.
[i] Rosario
Troncoso es una reconocida dinamizadora cultural: miembro del Centro Andaluz de
las Letras, responsable de Takara Editorial, colaboradora en prensa escrita,
profesora de talleres de creación literaria en la Universidad de Cádiz,
colaboradora en publicaciones literarias como La Galla ciencia, Estación Poesía, Crátera, Dos Orillas, Blanco sobre
negro, dirige la revista
cultural El Ático de los gatos y
forma parte del equipo de coordinación de 142
Revista cultural. Algunas de sus publicaciones: Huir de los domingos (2006), El
eje imaginario (2012), Fondo de
armario (2013), Transparente (2015),
Eternidad provisional (2016), Nuestra orilla salvaje (2017), La piel y su memoria (2018), Relámpagos (2019).
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