Se dice que cada diez años las células de nuestro cuerpo se
renuevan por completo. ¿Qué queda de aquel que fuimos al cabo de los años?
Aquella materia biológica, aquel complejo sistema de células de nuestro cuerpo
que nos dio sensaciones, que provocaron conocimientos, experiencias y
sentimientos ha desaparecido, aunque, en su ausencia, nuestra conciencia nos
reconoce en el pasado. En ese asombro encuentro el eje de Nuestra orilla salvaje.
En el primer poema, Los
restos del derrumbe, Rosario Troncoso
se presenta (con aviesa precocidad) "nel mezzo del cammin di nostra vita" para viviseccionar "esta combustión de los días". El doloroso proceso de profundización en el
fluido temporal del cuerpo exige un
tratamiento muy matizado del tiempo lírico y de la perspectiva porque no es
viable utilizar un punto de vista externo y la agobiante implicación de un
yo-lírico es excesivamente subjetiva. Seguramente por ello, la autora utiliza
el tú-lírico como recurso para
entramar tiempo y perspectiva.
El sujeto segundo es una de las perspectivas más complejas y sutiles: Se combina con el yo (o con otras
personas líricas), es signo de apóstrofe (apelación), puede encarnar esencias,
objetos, conceptos alegorizados, puede implicar al lector o a la divinidad,
puede devenir en tú-reflexivo, en yo-desdoblado, "imagen en el espejo" (en términos
de Francisco Ynduráin o Eduardo López Casanova) o transformarse en diálogo
dramático.
¿Cuál es su función? En
principio, Bousoño consideraba esta
perspectiva como una de las técnicas del
pudor afectivo, un recurso distanciador, que en la lírica moderna
enmascaran el "yo" para hacerlo invisible y evitar el exceso
subjetivista. Además, este distanciamiento permite una perspectiva más objetiva
de la experiencia vivida. Para continuar, el tú siempre implica al lector, lo introduce en la ficción lírica
como un personaje poemático. Para terminar, en tanto que apela a otro personaje
lírico o al personaje lector, se transforma en un recurso dramatizador, teatralizador
, esto es, actualiza o hace presente el mensaje, lo "re-presenta" ante los ojos de quien lee. como se hace presente
una obra de teatro.
Podemos comentar algunos efectos de este efecto actualizador:
No
sé si te sacude
bajo
los párpados este temblor.
Ni
si te conmueves al recordar
que
sigo en el extremo opuesto
a
lo que debe ser.
Y
nos sorprende aquí
otro
domingo nuevo
envueltos
en desgana.
Estamos
demasiado lejos de la piel. (Lejos, p. 18)
Consideramos la poesía como una forma de hacer más denso el
tiempo. Desde el primer verso, la perspectiva del lector transitará a través de
las diferentes posibilidades de interpretación que simplificaremos en
apelativa, reflexiva e inclusiva:
En primer lugar podría considerarse apelativa, porque el lector,
introducido en la ficción lírica, ha de sentirse requerido por una respuesta. El "nosotros" nos implica y nos hace
coincidir en la intersección de una experiencia universal.
En segundo término cabe una interpretación reflexiva, considerando
la reflexión como propia del desdoble del yo-lírico.
El nosotros hace patente ese desdoble
que plantea el diálogo poético con el yo.
En tercer lugar se plantea una perspectiva inclusiva: la
ambigüedad calculada enriquece el significado del poema.
En cualquiera de estos casos, lo inquietante es el efecto que
tiene sobre el tiempo porque se actualiza, se hace presente a un lado y al otro
del libro, en una misma escala: el presente al que nos ata la piel y que sin
embargo insistimos en ignorar.
En Todos los veranos son
ceniza (p. 25) comenzamos con un hablante lírico en segunda persona ("... tu sombra al otro lado") y
terminaremos con el clímax del descubrimiento del yo-poético con los efectos ya comentados, haciendo especial énfasis
en el uso del presente actualizador.
Son
mis pies en la orilla contraria
un
triunfo extraño: le llevo ventaja
a
la muerte. La espero,
con
el frío enredado en los tobillos.
En este poema recordamos el
inquietante encuentro, mar adentro, del nadador de Primer día de vacaciones de Luis
García Montero, pero también escuchamos el eco Quevediano de "Amor constante...": Donde ardía el
afán, ahora arden las ramas y los años; el cuerpo, sus humores y médulas
convertidos en ceniza ("Serán
ceniza, mas tendrán sentido"), se transforman en "todos los veranos son ceniza",
tiempo recordado; el Leteo del olvido vencido por Quevedo se transforma en la
frialdad de la cortadura, del reto del río cruzado y que deja la inquietud de
la vida en los fríos tobillos. El río de Heráclito, el Leteo del olvido
consiguen un efecto transversal encendiendo metatextos y experiencias,
transformado en memento mori o, quizás mejor, en memento vivere (recuerda que has de vivir): Uno de los poemas clave
de Nuestra orilla salvaje.
Es el tratamiento del
tiempo el recurso que resalta más eficazmente el mensaje en este poemario que
ahonda precisamente en el devenir y su observación. La transformación del
pasado, inquietud y balance, el olvido, el desgaste, los ritos de paso, la
despedida y otros temas, en algunos casos, se expresan en este poemario
introducidos de forma nominal:
Otro
cumpleaños.
Cicatrices
adrede
y
grietas en el aire. Balance (p. 31)
El
intento de unir todos los huesos... Huesos
(p. 37)
En otros poemas encontramos una
introducción en presente gnómico:
Los
milagros son muy discretos.
No
avisa la catástrofe.
Lo
que el tiempo arranca no se deshace. Flor (p. 33)
El tiempo, actualizado con la segunda persona (desdoblamiento o
apelación), en muchos de los poemas de este libro se diluye o se transciende a
través de la nominalización o del uso de un presente universalizador que nos
permite remansar nuestro propio tempo
a través de la densidad temporal del poema. El presente, perenne ley que
ignoramos en lo cotidiano, tiene sus meandros en el río de Heráclito.
Si el río es el devenir, la orilla debería ser esa increíble
permanencia, aparentemente imposible, que reta al tiempo: Poesía.
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