El espejismo azul que
nos cubre, sus metamorfosis en madrugadas, atardeceres y noches; su símbolo
platónico, ideal, o su esencia cosmológica; morada eterna; el lienzo sobre el
que las aves y los árboles se perfilan junto con el horizonte; la fuente de la
mirada en los balcones, la luz en los visillos... todos estos motivos son
facetas de una misma gema: el cielo que observamos interpretado en los
paisajes, las panorámicas, las escenas y cuadros de Los ángulos del cielo.
En el esclarecedor
prólogo de José Caballero Bonald (Poética
Historial Natural) se avisa al lector de la importancia de la naturaleza en
la poesía de Alejandro López Andrada, su mirada sabia, y su vínculo con Juan
Ramón Jiménez y Antonio Machado; pero una de las virtudes más curiosas del
presente libro es su vocación visual, pictórica o quizás cinematográfica.
Observamos cuadros o escenas (en algunos casos podríamos sospechar un travelling) enmarcadas por alguna de las
mudanzas de la "bóveda del aire"
que llamamos cielo.
Se estructura la obra
en seis partes:
Lejanías, la primera, acumula paisajes en que podemos encontrar
variaciones del clásico homo-viator: Peregrino en el tiempo cuando "nada permanece estático en el viento"
en Los relojes; viajero de lo efímero
de Pérdidas o en el pasado de Remembranza ("a orillas del camino, donde olvidan los pies del sol su ocre claridad,
mi vida está sentada en una piedra"). El camino vital y sus
interpretaciones vuelven en los siguientes poemas: "Se mueve el mundo, no camino solo", nos dice en Visión del emigrante. Observa que las "hijas
viven dentro de un camino", "la
tierra silenciosa va en mi voz, viaja conmigo". Resuenan la Estación definitiva de Juan Ramón en Tránsito y el olmo machadiano en Testamento.
Claridades, la segunda parte, concentra cuatro epifanías, cuatro encuentros,
cuatro instantáneas. Sus poemas, La lenta
claridad, Paisaje matutino, Visión del extrarradio y Cuervos amplifican instantes,
descubrimientos o intuiciones con una fuerte componente visual: el marco que
las envuelve y el detalle que, simbólico, las motiva.
Huecos del cielo redunda en la nostalgia y el recuerdo como misterio vital,
manifestación de la conciencia o mensaje del pasado. "El cielo de la infancia" evocado en Límite provincial, la soledad en Exteriores, la vívida evocación de Parque.., "la nostalgia
circular" (Territorio); la
presencia o permanencia de los recuerdos en La
ventana; el Almanaque infantil
"rodando por el tiempo"
"con la eterna lentitud de las
canicas".
Horizontes es la cuarta parte. Encontramos atardeceres introducidos por un
muy significativo poema, Estación,
con una de las claves imaginísticas: "el lento óxido de los
ferrocarriles" (autorreferencial en el autor). También es remarcable la reiterada
referencia simbólica de las aves en cada uno de esos horizontes o el eco que
escuchamos en Meditación al lado de una
piedra que llega desde Remembranza
("mi vida está sentada en una piedra").
La tristeza se filtra en todas las escenas, en algunos casos, auténticas tomas
cinematográficas en movimiento, que se concentran en esta parte. Sin embargo,
la melancolía se matiza cuando las sombras protectoras de Casa de
oficios se funden cinematográficamente con el poema Mina:
"donde los minerales
y la tristeza
se abrazan como niños fatigados
cercando nuestras vidas, protegiéndonos"
Hemos descubierto la
magia del abrazo del primer poema y también hemos sentido que "crecemos desde fuera hacia el azul, pero la
noche se abre en el misterio",
en el segundo poema: Hay una esperanza irracional y constitutiva en el
hecho de vivir y amar.
Interiores recoge cuatro poemas numerados (a modo de escenas) en los que la
paz, el sosiego, la armonía se revelan en espacio acotado o cerrado: "Los grajos sosteniéndose en la luz"
(con referencia circular en su repetición final) en una ciudad abovedada por su
claridad que es una sucesión de cárcavas y minúsculos huertos, "la
basílica colgada del asombro", la mirada "cosida por el aire"
desde la ventana del balcón, "la ojiva lírica del frío" buscan la
intimidad y el sosiego, capaz de transformar la realidad más incómoda en
"el paso ecuestre de los automóviles".
Los Ángulos del cielo despide el camino que hemos compartido con el autor declarando
algunas claves de su poesía, el recuerdo, las vivencias irrepetibles, las
palabras perdidas que ya no pronunciamos y su paradójica capacidad para
hacernos perdurar:
"La emoción de los momentos dulces que perdí,
la lentitud sagrada de lo íntimo:
mi tierra, mi memoria, esa orfandad
de espacio
donde escribo lo que soy,
lo que seré mañana y lo que he sido."
No se puede decir más:
"La lentitud sagrada de lo íntimo"
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